David Rodríguez · Granada
Soy de Lima, Perú, y mi generación es la tercera que practica el budismo en mi familia. Desde pequeño he participado en actividades de la Soka Gakkai, y «revolución humana» es una expresión que he escuchado toda mi vida; sin embargo, durante mucho tiempo sentí que era un concepto etéreo, puesto que no había experimentado cambios significativos en mí. Fue así hasta que mi vida, tranquila hasta entonces, se transformó radicalmente cuando conocí a mi pareja y decidimos empezar juntos un nuevo camino en España, concretamente en Montilla, Córdoba.
Mi llegada fue una etapa difícil: mi pareja estaba en desempleo y nuestra situación económica no era la mejor. Cuando quisimos formalizar la relación para poder establecerme en España, descubrimos que yo no podía solicitar el permiso de residencia si mi pareja no tenía un trabajo fijo.
Empecé a sentirme una carga y un fracasado; mi ritmo de práctica declinó, y caí en un círculo vicioso de apatía y desesperanza que se prolongó más de un año. En la primavera de 2019, además, se manifestó en mí una alergia que se complicó por problemas respiratorios, y mi estado de salud comenzó a empeorar día a día. En aquel momento me sentía tan avergonzado por mi situación legal que no quería ir al hospital. Pero entendí que estaba actuando de manera necia y que tenía que sobrepasar este obstáculo si quería cambiar mi realidad. Como escribió Nichiren Daishonin: «Las enfermedades hacen surgir en nosotros la determinación de entrar en el Camino».[1]
Una gran amiga me puso en contacto con un médico que trabajaba en el Hospital Público de Montilla, y finalmente fui a urgencias. Al día siguiente, cuando mi suegra fue a la farmacia a comprar el medicamento recetado, pasó algo increíble. El elevado precio suponía un gasto inesperado y la farmacéutica, al notar su reacción, se lo ofreció gratuito. Le explicó que, la noche anterior, una persona había pedido ese mismo medicamento y finalmente había decidido no llevárselo. Al haberle quitado ya el precinto de seguridad, no podía venderlo. Cuando mi suegra me contó lo que había pasado, no tuve duda de que las funciones protectoras se habían manifestado, y entendí que debía perseverar en mi práctica y fortalecer mi espíritu.
En julio de ese mismo año, mi pareja finalmente encontró trabajo, lo que me permitiría regularizar mi situación en España. Sin embargo, no fue como esperábamos: le ofrecieron un contrato precario –con condiciones que no habían mencionado de palabra– y, además, no había ni una cita disponible en la Oficina de Extranjería… Sentí que todo empezaba a tambalearse, así que decidí orar con más determinación que nunca, y con la postura de extraer sabiduría para actuar en la situación en la que nos encontrábamos. Cuando entonaba daimoku, esta frase del Gosho resonaba en mi cabeza: «El infierno es la Tierra de la Luz Tranquila».[2]
Sentí que todo empezaba a tambalearse, así que decidí orar con más determinación que nunca […]. Cuando entonaba daimoku, esta frase del Gosho resonaba en mi cabeza: «El infierno es la Tierra de la Luz Tranquila».
Cuando comunicaron a mi pareja que ya no seguiría trabajando, decidí echar currículums, aunque sabía que sin permiso de trabajo las probabilidades de ser contratado eran remotas. Soy especialista en diseño de páginas web y aplicaciones móviles, y fui contactado por dos empresas de Granada.
Paralelamente, tras muchos meses de intentos, conseguí por fin una cita en la Oficina de Extranjería, mi pareja se dio de alta como autónomo, y pude por fin iniciar el trámite. Presentamos toda la documentación, me entregaron un número provisional del que sería mi NIE y descubrí que, si lograba un precontrato, con ese número podría solicitar el alta en la Seguridad Social, requisito fundamental para ser contratado. Tras informar de esta novedad a una de las dos compañías con las que había contactado, esta aceptó hacerme un precontrato. Con esto, en una mañana ya tuve mi número de Seguridad Social asignado, y al día siguiente me vi firmando mi contrato de trabajo. Las condiciones eran muy buenas: ¡me parecía que estaba en un sueño!
En los meses posteriores, enfoqué mi práctica budista a desplegar la condición de vida propicia para hacer bien mi trabajo. Pude ganarme la confianza de mis compañeros y mis jefes. Pasé el periodo de prueba y al cabo de unos meses me hicieron un contrato indefinido.
El año 2021 fue todo un reto. Entre otras cosas, acepté una nueva oferta que suponía un crecimiento laboral, ya que involucraba tecnologías nuevas para mí; pero sentía que me quedaba grande, y esto me generaba mucha ansiedad. Hacía daimoku para conservar la calma, pero llegaba al final del día mentalmente agotado.
También me afectaron emocionalmente las preocupaciones derivadas de la pandemia: toda mi familia en Perú se contagió, y un tío muy querido falleció. En medio de estos desafíos, descuidé en cierta medida mi participación en las actividades de la SGEs.
Con la nueva variante del coronavirus, mis familiares se volvieron a infectar, y esta vez también mi abuelo. Se encontraba muy enfermo y, con el sistema de salud colapsado, no podían atenderle. El mismo día en que lo supe, me propusieron participar en una reunión de la Soka como parte del equipo técnico. Mi primera reacción fue rechazarlo. Sin embargo, luego pensé: «¿Qué haría mi abuelo?». Él nunca decía que no a las actividades, siempre estaba listo para alentar y apoyar a los miembros sin escatimar su vida. Desde que había abrazado la fe, su actividad había sido ininterrumpida. Recapacité y dije que sí apoyaría la actividad. Esa misma noche, mi abuelo partió hacia el Pico del Águila, rodeado de sus hijas y nietos. Como escribe el Daishonin: «Fue un buda mientras vivió y lo es ahora que ha fallecido. Ha sido un buda en la vida y sigue siéndolo en la muerte».[3]
Con profunda gratitud, he podido renovar mi determinación de dar lo mejor de mí en mi trabajo, profundizar en el estudio budista y seguir luchando por el kosen-rufu. Este año, con la campaña «El uno es madre de diez mil», estoy determinado a expandir mi círculo de amistad y a transmitir la Ley a más personas en esta tierra que me ha acogido, para que puedan transformar sus circunstancias y ser absolutamente felices. ¡Muchísimas gracias!
[1] ↑ El buen remedio para todos los males, en END, pág. 981.
[2] ↑ El infierno es la Tierra de la Luz Tranquila, en END, pág. 478.