Chiara Monterotti · Barcelona
Tengo 47 años, soy italiana y desde el año 2000 vivo en Barcelona, donde en 2001, hace ahora dos décadas, conocí la práctica budista en la Soka Gakkai. A partir de ahí mi vida se abrió… Me sentí como una flor del desierto que recibía agua después de muchos años de sequía.
Una de las situaciones que me generaban más sufrimiento era mi situación laboral. Había estudiado Arquitectura en Italia y, aunque en 1999 llegué a concluir el ciclo de estudios, nunca sentí que fuera mi camino.
Por esto, después de haber conocido la práctica aquí en Barcelona, uno de mis principales objetivos fue encontrar mi misión laboral. Desde entonces, cada día recité daimoku con esta meta. Sobre esa base, a los pocos meses de empezar a practicar tomé la decisión de seguir estudiando.
Después de haber conocido la práctica aquí en Barcelona, uno de mis principales objetivos fue encontrar mi misión laboral.
En septiembre de 2001 me inscribí en un doctorado en Arquitectura Sostenible. Enseguida vi que los temas tratados me interesaban mucho: generar espacios sanos y confortables, produciendo el mínimo impacto ambiental, utilizando energías naturales directas como las del sol y el viento, así como energías provenientes de fuentes renovables, con materiales naturales y locales…
Además del laboral, mi gran objetivo era formar una familia. Mis oraciones fueron respondidas y, después de afrontar muchos desafíos mediante mi práctica, en 2002 conocí a mi pareja.
Cuando en 2004 acabé las fases previas del doctorado y justo comenzaba mi tesis doctoral, oré mucho para obtener una beca, pero no había manera, aunque tuviera buenas notas. No entendía por qué… Pero luego comprendí que esto representó una protección: en julio de 2004, justo dos semanas después de que se aprobara el título de mi tesis doctoral, me quedé embarazada de mi hija Gwenaël; cuidando a una bebé no habría podido cumplir con los estrictos plazos de entrega que se le exigen a una persona becada. Afortunadamente, como familia pudimos salir adelante gracias a las mejoras de las condiciones laborales de mi pareja. Aunque de una manera diferente de la que yo tenía prevista, los beneficios de mis esfuerzos se estaban manifestando.
En 2008 nació nuestro segundo hijo, Paolo. Desarrollar una tesis doctoral con dos niños pequeños, con mi familia italiana a más de 1000 km y en una lengua diferente de la mía fue todo un reto. Con varias pausas, ¡tardé 10 años en concluir el trabajo! Pude sostenerme ante todas las enormes dificultades que encontré en el camino gracias a la práctica, que me ayudó a levantarme decenas de veces, y gracias a la cual encontré nuevas vías cuando me sentía en un callejón sin salida. Aunque a veces me costaba mucho llegar, nunca dejé de participar en las actividades de la SGEs, porque siempre he sentido que era la causa para dar un gran paso adelante. Y, algo que también considero una manifestación de las funciones protectoras, pude desarrollar trabajos que, además de tener un valor profesional, me ayudaron a avanzar en la tesis, y colaboré con personas de las cuales aprendí muchísimo.
Especialmente, mi director de tesis me transmitió una visión profunda de la sostenibilidad y de lo mal que estamos tratando el planeta, que es finito y del cual extraemos más recursos de los que nos toca, y a cambio dejamos montañas de residuos con los cuales tendrán que enfrentarse las generaciones futuras.
El hecho de haber tardado tanto en completar la tesis me dio, además, la posibilidad de profundizar mucho en los temas que investigué. Cuando finalmente la concluí, incluí en el apartado de agradecimientos a «Daisaku Ikeda por transmitirme la forma correcta de vivir».
Cuando finalmente […] concluí [mi tesis doctoral en Arquitectura Sostenible], incluí en el apartado de agradecimientos a «Daisaku Ikeda por transmitirme la forma correcta de vivir».
Tras defender exitosamente mi tesis doctoral en 2015, acompañada de mucha buena fortuna, pude participar en dos experiencias empresariales, una ligada a la bioconstrucción y la otra a la cocina sostenible, ya que me encanta cocinar. En estas dos experiencias, que representaron un paréntesis en mi vida, pude adquirir unos conocimientos que estoy aplicando en mis proyectos actuales.
A lo largo de todos estos años, continuamente determinaba que mi profesión cumpliera con la teoría del valor de Makiguchi Sensei, que se caracterizara por su belleza, beneficio y bien: quería que mi trabajo me gustara, que fuera pagado dignamente y que tuviera un impacto positivo en la sociedad. En los dos años siguientes al doctorado, con la participación en los proyectos que he mencionado mi situación laboral había mejorado, pero no acababa de encajar con mi aspiración.
Entonces, en septiembre de 2017 entré en un momento de fuerte crisis personal, que se somatizó con una tos fortísima acompañada de un gran catarro, que me dificultaba enormemente el día a día y, más aún, el descanso por las noches. Se manifestó justo después de un disgusto, ligado al deterioro de la relación con un compañero de trabajo al cual había ayudado mucho. Estaba muy triste, pero perseveré en mi práctica, buscando activamente orientación en la fe.
Fue así hasta que, para las vacaciones de Navidad de ese año, tras un otoño terrible, fuimos a un pueblecito deshabitado, sin Internet, con una paz absoluta. Allá, todavía acompañada de mi tos extrema, mi mente encontró el espacio para pensar con profundidad y emergió una idea. En un momento en el cual sentí una especial armonía y tranquilidad, intuí que mi camino era poner en marcha un proyecto propio. En el preciso instante en que tomé esta determinación, mi tos, después de cuatro meses, acabó. Compartí mi decisión con mi familia, y me apoyaron en cada momento.
Ahora siento que estoy alineada con mi misión.
Enseguida empecé a concretar mi idea, y la iniciativa no ha hecho sino crecer cada año. Fundé una asociación, cuyo nombre en catalán alude a que las personas comunes «somos la llave» del cambio. Su objetivo es divulgar la importancia de vivir de otra manera, consumiendo menos de todo y dando importancia al respeto y al sostén mutuo entre las personas.
En otoño de 2018, echó a andar el primer proyecto, que consistía en ir a las escuelas para transmitir a las comunidades académicas el sentido de crisis ambiental, pero también cómo podemos mejorar la situación a partir de nuestros hábitos. Concretamente, estudiamos con el alumnado cómo podemos reducir los consumos de agua, energía y materiales en la escuela, cómo limitar el desperdicio alimentario y cómo renaturalizar los espacios. Este proyecto cuenta ya con cuatro ediciones y con muy buena acogida.
En 2019 dimos vida a otro proyecto, cuyo nombre llama a «cocinar el cambio». Con él queremos fomentar la soberanía y el aprovechamiento alimentarios. Intentamos dar alguna solución al hecho de que, en algún momento de la cadena alimentaria, un tercio de los alimentos que se producen acaban a la basura. Impartimos talleres en los que se aprende a recuperar y conservar los alimentos, a utilizar hierbas silvestres, y a autoproducir cosméticos y productos de limpieza.
A partir de este proyecto ha nacido un grupo de personas que recoge comida sobrante de algunas tiendas de alimentación para luego aprovecharla en sus hogares. En él han germinado vínculos muy hermosos y relaciones de apoyo mutuo. Además, para varias de las integrantes del grupo –que está formado mayoritariamente por mujeres– su actividad, además de ser beneficiosa social y ambientalmente, representa un medio para llegar a fin de mes; no por casualidad el prefijo «eco» es común a «ecología» y «economía»…
El último proyecto que hemos creado representa un salto para la asociación: se trata de un aula ambiental itinerante, un espacio en el que se llevan adelante talleres, asesoramientos y todo tipo de acciones que puedan impulsar la transición ecosocial, es decir, hacia un estilo de vida que pone la vida en el centro, recurriendo únicamente a los bienes materiales realmente necesarios, pero generando a cambio abundantes vínculos interpersonales y valores humanos.
Ahora siento que estoy alineada con mi misión y que, a través de la asociación, junto a otras personas, nutrimos la comunidad con procesos colectivos de sensibilización y empoderamiento.
Agradezco muchísimo el apoyo de mi familia y de mis compañeras y compañeros de fe, sin el cual no habría podido recorrer el largo camino hasta concretar mis sueños.