Carolina Bettanin | Premià de Mar, Barcelona
Ingresé en la Soka Gakkai en Madrid en 2009, y a los meses regresé a mi país de origen, Argentina, donde estuve diez años viviendo y consolidando mi práctica. En ese tiempo cursaba estudios universitarios, trabajaba en el Ministerio de Cultura y me esforzaba en la fe con la determinación de construir junto a mi compañero una familia creadora de valor.
Uno de mis mayores sufrimientos fue la pérdida de un embarazo de cuatro meses. Fue el punto de partida para mirar dentro mío más profundamente y darme cuenta de que, en el fondo, no confiaba en que podía ser madre. Comprendí que eso estaba estrechamente relacionado con mi infancia.
En la última dictadura militar argentina mi familia fue diezmada: cuando yo tenía un año y medio, los militares asesinaron a mi padre y a mi tía, y mis dos tíos fueron desaparecidos. Mi madre, detenida el mismo día que asesinaron a mi padre, estuvo en la cárcel casi un año junto a mi abuela, la cual fue torturada y violentada. Ahí nació mi segunda hermana, que estuvo en la celda con ellas hasta que fueron liberadas y nos exiliamos todas.
Todo ese sufrimiento hizo que en mi corazón se situase una profunda oscuridad, que me impedía creer que la felicidad era algo a lo que yo pudiese aspirar y en la posibilidad de formar mi propia familia. En última instancia, no estaba valorando la profunda dignidad de mi vida.
Después de una lucha denodada de daimoku a nivel personal y de aliento brindado por compañeras de fe, fui erradicando esas ilusiones y surgió en mí la convicción de que podía transformar mi karma. Comprometida con ello, y realizando cualquier actividad que me propusieran en Soka Gakkai, mi marido y yo finalmente celebramos el nacimiento de nuestro amado hijo Jano. Para nosotros, fue una victoria absoluta.
En 2019 decidimos regresar a España, y nos establecimos en Premià de Mar, cerca de Barcelona.
Antes de viajar me había propuesto tres grandes objetivos, inspirada por el aliento de Daisaku Ikeda a las mujeres pioneras del kosen-rufu que se iban a vivir fuera de Japón:[1] aprender la lengua del lugar para consolidar los lazos en la comunidad; obtener el carné de conducir para poder visitar a otras mujeres con autonomía y apoyarlas en la fe; y ser factor de armonía en los ámbitos donde esté.
En cuanto al primero, estoy en la mitad de los niveles de aprendizaje del catalán y me esfuerzo en el diálogo en esta tierra escogida.
En cuanto al carné de conducir, estuve dos años sin lograrlo y dedicándome a acompañar a mi responsable en su coche para realizar todas las visitas posibles –llegando a concretar hasta cuarenta encuentros de aliento en un mes–, pero por fin lo logré, coincidiendo prácticamente con mi nombramiento como responsable de mi grupo de diálogo, Alegría.
Con respecto a la tercera meta, mi gran esfuerzo se centró en el diálogo de una a una en la SGEs y en mi entorno, particularmente en la escuela de pedagogía Waldorf a la que asiste mi hijo. Allí di todo de mí, participando en comisiones de trabajo y en todo lo que se necesitara de las madres.
Tras participar en la VII Jornada de Educación Creativa, organizada por el Departamento de Educadores de la SGEs en noviembre de 2019, con la participación de la dirección del Instituto Ikeda,[2] decidí realizar la formación Waldorf en Educación Infantil. Disponer del dinero para formarme y para sostener un año entero de prácticas no remuneradas era un verdadero desafío, pero mantuve un profundo diálogo con mi marido y decidimos apostar por ello. Dos días después, conseguí una beca del 50 %. Al mismo tiempo, para apoyar nuestra economía familiar, trabajé limpiando la escuela. Llegaba allí a las 6.30 de la mañana muchos días, incluidos fines de semana, realizando jornadas de 4 a 6 horas, siempre en horarios que permitieran a Jano estar con su padre, y a mí tener tiempo disponible para sus actividades. Nuestro daimoku en unión en torno a un mismo propósito nos sostenía.
Aun así, revisando las cuentas mes a mes, me preguntaba: «¿Dejo el cole? ¿Salgo a buscar otro tipo de trabajo?». Pero cada vez volvíamos a renovar la decisión, con la confianza de que llegaríamos hasta el final victoriosos. Además, participamos en la actividad de aportación de la SGEs con alegría y agradecimiento, sin fallar ni una vez y sosteniendo el esfuerzo con decisión.
No fue fácil: recuerdo que muchas veces, en mi daimoku de la mañana, me preguntaba cómo haría ese día para extraer la fuerza necesaria para estar en el cole de 6.30 de la mañana a 5 de la tarde (sumando las jornadas laboral y formativa) y luego cuidar de mi hijo, la casa, la cena… Además, me planteaba: «¿Cómo hago para tener la casa en buenas condiciones para acoger nuestra reunión del grupo? ¿Cuándo leo La nueva revolución humana? ¿En qué horario puedo conversar con esta compañera para alentarla? ¿Cuándo cuadro las visitas?». Pero, a través del daimoku, transformaba esas dudas en espíritu de búsqueda: en vez de quejarme y darme por vencida, oraba con corazón abierto para decidir desde mi fe. Me decía: «No seas cobarde, ¡estás viviendo para concretar tus sueños! Porque practicas eres feliz; porque estudias, porque te alientas junto a tus compañeras y porque entonas daimoku cada día eres feliz».
Muchas veces, en mi daimoku de la mañana, me preguntaba cómo haría ese día para extraer la fuerza necesaria […]. En vez de quejarme y darme por vencida, oraba con corazón abierto para decidir desde mi fe. […] Viviendo con esa postura, se fueron manifestando beneficios.
Viviendo con esa postura, se fueron manifestando beneficios: me contrataron en la escuela durante dos años en el espacio de comedor y en los juegos de tarde de primaria, y paralelamente realicé una sustitución en clase de infantil. Al terminar, fui convocada también para trabajar en la secretaría de la escuela durante tres meses. Y, cuando ya no había más posibilidades de hacer sustituciones, finalmente logré mi mayor deseo: me contrataron de forma indefinida como maestra de educación infantil. Una de las razones que me comunicaron fue que a todo lo que se me pedía respondía con una sonrisa: ¡qué gran victoria!
Gracias a este trabajo, estamos pudiendo estabilizar la economía en la familia. Y, renovando objetivos, estoy cursando el grado de Maestra en Educación Infantil en una universidad online, para formarme también en la pedagogía tradicional.
Desde que volví a este país, también tomé la propuesta de la Alianza Brillante[3] como un desafío personal y del Departamento de Mujeres, pero en nuestro grupo no había mujeres jóvenes. Cada vez que Ikeda Sensei volvía a llamar al liderazgo de los jóvenes, renovaba mi decisión.
Cada vez que Ikeda Sensei volvía a llamar al liderazgo de los jóvenes, renovaba mi decisión.
Finalmente, en enero del año pasado apareció Cecilia, una joven de 29 años, y enseguida comenzamos juntas un camino de aliento mutuo. Ella se esforzó muchísimo: además de realizar la práctica personal, compartió experiencias en las reuniones de diálogo, confeccionó souvenirs para quienes participaban, se presentó al examen de Grado I, que aprobó, y decidió recibir el Gohonzon. Ingresó en la SGEs en la Asamblea del Juramento del Kosen-rufu de nuestro grupo el 18 de noviembre, el día en que recibimos la noticia de la partida de nuestro maestro. En silencio, con orgullo en mi corazón, le pude decir: «¡Sensei, estamos de pie! ¡Los jóvenes ya están emergiendo!».
Cecilia Cruz López | Sant Pol de Mar, Barcelona
Soy de Ciudad de México. Inicié mi práctica budista hace un año, cuando, tras un viaje por Europa, vine a vivir a España para trabajar como artista circense.
Al llegar, sin un lugar para vivir y sin conocer a nadie, al principio tuve muchas dudas e incertidumbre. Afortunadamente, en el camino encontré a las personas adecuadas, entre ellas un querido maestro de clown que me habló de Nam-myoho-renge-kyo.
Hacer daimoku fortaleció mi determinación de salir adelante. […] Mi fe me ha acompañado en todo este tiempo y cada vez que recuerdo el pasado agradezco la mujer que soy ahora.
Hacer daimoku fortaleció mi determinación de salir adelante. Pude encontrar trabajo, un lugar donde vivir y conocer al grupo Alegría, donde fui recibida con mucho amor y apoyo para realizar mi revolución humana. Gracias a las reuniones de diálogo y las pláticas a corazón abierto, pude enfrentar temas familiares que venía posponiendo, como la decisión de contactar con mi padre, al cual había visto solo dos veces en mi vida, y hablar con mi madre con una energía renovada para fortalecernos mutuamente a pesar de la distancia.
Mi fe me ha acompañado en todo este tiempo y cada vez que recuerdo el pasado agradezco la mujer que soy ahora. Fue por eso que me desafié a hacer el examen de budismo.
Recibí el Gohonzon para poder profundizar mi práctica y asumir nuevos retos, como tener confianza en mí misma y en las personas de mi entorno; conocer más mi familia paterna; regresar a México teniendo residencia legal en Europa; triunfar como artista de circo; y compartir la Ley Mística con otras personas.
[1] ↑ En una reunión de diálogo celebrada en San Francisco durante su primer viaje fuera de Japón, el 4 de octubre de 1960, Daisaku Ikeda brindó tres guías a «los grandes pioneros del kosen-rufu en Estados Unidos», que en su mayoría eran mujeres originarias de Japón (IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana. Vol. 1 y 2, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2023, pág. 76). El grupo de diálogo al que pertenece Carolina integra a miembros de la SGEs que viven en diversas localidades, algunas de ellas notablemente alejadas entre sí y con difícil conexión mediante transporte público.
[2] ↑ Puede leerse sobre esta actividad en Civilización Global, n.º 177, enero 2020, sección «Actualidad».
[3] ↑ Alianza Brillante es el nombre de la campaña que inspira a las integrantes de los departamentos de Mujeres y Mujeres Jóvenes de la SGEs a apoyarse mutuamente. Se presentó en Civilización Global, n.º 168, abril 2019, pág. 7.