El coraje de luchar por la justicia


Lorena Fernández · Madrid


Lorena, en el recinto del Centro Cultural Soka

Desde el comienzo de la pandemia, tuve que enfrentar grandes dificultades en diversos ámbitos de mi vida, pero especialmente en el trabajo y mi economía. Llevaba tres años trabajando como administrativa en una escuela de idiomas, donde me pagaban poco y mal, y me sentía infravalorada en todos los sentidos. Pese a querer dejar ese trabajo, nunca lo hice por miedo, ya que siempre he dependido económicamente solo de mí.

Al declararse el estado de alarma, la academia hizo un ERTE, y estuve así hasta que se terminó a principios de octubre de 2020. A finales de septiembre mis jefes me comunicaron que no podían seguir con la actividad, pero que tampoco podían despedirme, ya que entonces tendrían que devolver ayudas que habían recibido del Gobierno. Argumentaban que las pérdidas eran consecuencia del estado de alarma, pero en realidad la academia ya tenía deudas importantes mucho antes de la pandemia.

Intentaron convencerme de que no les demandara para pedir mi despido, argumentando que, dadas mis circunstancias, no me convenía meterme en ningún juicio, que sería largo y del que solo saldría perjudicada yo. El miedo volvió a mí, pero decidí demandar.

Era octubre de 2020, y durante meses no solo no pude percibir el paro que me correspondía, sino que fui perdiendo oportunidades de trabajo, ya que legalmente aparecía activa a jornada completa en esta academia.

Fue muy duro estar tanto tiempo sin ningún tipo de ingresos. Pese a la situación o, mejor dicho, gracias a ella, profundicé todavía más en el estudio, en mis vínculos con las compañeras y compañeros de práctica en la Soka Gakkai y con mi maestro Daisaku Ikeda, y mi fe fue fortaleciéndose cada día más. Tomé conciencia de que todo eso era una oportunidad para transformar algo en mí. Cuantos más obstáculos se presentaban, más daimoku recitaba y más actividades hacía en el Centro Cultural Soka, llegando a experimentar una felicidad absoluta pese a mis circunstancias.

En el curso de responsables de agosto, pude escuchar un estudio muy alentador sobre el principio de «descartar lo transitorio y revelar lo verdadero». A partir de ese momento, no solo intensifiqué mi daimoku, sino que grabé en mi interior la determinación de hacer posible lo imposible y de revelar lo verdadero.

En septiembre acepté el desafío de ser vicerresponsable del Departamento Futuro de la SGEs en Madrid, y pocos días después empezaron a manifestarse grandes beneficios de mi daimoku y mi actividad. Tras más de un año sin trabajar, tuve varias entrevistas, y finalmente fui contratada por una asociación que forma a personas con discapacidad intelectual en los ámbitos de la cultura y del arte. Representó una gran protección porque, al ser un contrato de media jornada, no era incompatible con mi situación jurídica, que todavía no estaba resuelta. Además, salió la sentencia del juicio y fue favorable a mí, si bien todavía no era definitiva. Paralelamente, se desbloqueó una situación familiar relacionada con la herencia de mi abuela, y ese dinero me permitió poder empezar a respirar económicamente.

Empezaron a manifestarse grandes beneficios de mi daimoku y mi actividad [en la SGEs]. […] Pero, sin duda alguna, la mayor victoria que estoy teniendo es en mi revolución humana.

El 15 de octubre, Día de Maestro y Discípulo de España, prometí a Ikeda Sensei que le brindaría una gran victoria en mi batalla judicial, en la que «justicia» sería la palabra clave, y aumenté una vez más mi daimoku.

El 7 de enero salió la sentencia definitiva, e increíblemente fue mucho más favorable aún que lo que se había sentenciado en septiembre. La jueza dictaminó el abono de todos los salarios desde octubre de 2020 hasta el 7 de enero de 2022, más una indemnización. Además, recalcó varias veces la mala fe de mis exjefes, y subrayó que no podría ponerse precio a las consecuencias psicológicas derivadas de todo esto. La palabra «justicia» resonó en toda la sentencia de manera contundente.

Poco después, la asociación para la que trabajo decidió ampliar mi horario a jornada completa, ¡además de hacerme un contrato indefinido!

Pero, sin duda alguna, la mayor victoria que estoy teniendo es en mi revolución humana: en estos últimos dos años he podido sacar la voz, creer en mí y en mi budeidad, vencer muchos miedos, y transformar mi postura. Me he dado cuenta de que todo lo que me estaba tocando vivir estaba poniéndome a prueba con tendencias negativas que llevo arrastrando desde mi niñez.

En todo este tiempo, hay un aliento Ikeda Sensei que me ha acompañado especialmente y que me gustaría compartir:

La oración es el coraje de perseverar. Es la lucha por superar nuestra propia debilidad y la falta de confianza en nosotros mismos. Es el acto de grabar en lo más hondo de nuestro ser la convicción de que todo puede cambiarse, sin falta.

La oración es la vía para destruir todos los miedos. Es la forma de desterrar la tristeza, y de encender una luz de esperanza. Es la revolución donde reescribimos el guion de nuestro destino. ¡Crean en ustedes mismos! ¡No se desvaloricen! ¡Restarnos valor es lo opuesto al budismo, porque denigra el estado de Buda que llevamos en nuestro interior!

La oración es el trabajo de alinear los engranajes de nuestra vida con el motor del universo. Nuestra vida, que antes era abrazada pasivamente por el universo, aprende a abrazar activamente al mundo, haciendo de él nuestro aliado, y a encauzar de raíz nuestro estado hacia la felicidad.[1]

En este «Año de los jóvenes y del avance dinámico», me determino a hacer mía la campaña de «El uno es madre de diez mil» y a transmitir la Ley Mística a mis amigos, familiares y a quien me encuentre en el camino, a partir de mi propio ejemplo. En esta nueva etapa he podido dialogar sobre mi práctica con dos personas, y estoy determinada a que sean felices sin falta.

Muchísimas gracias de corazón por todo el apoyo y ayuda que he recibido y sigo recibiendo de mis compañeras y compañeros de esta gran familia Soka: sois un pilar indispensable para mí.


[1]IKEDA, Daisaku; «Escocia, tierra de auténtico humanismo», Seikyo Shimbun, 10/10/2004.

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