Clark Strand, investigador y autor experto en espiritualidad y religión, escribió para la edición del 2 de enero del periódico estadounidense World Tribune un artículo en memoria de Daisaku Ikeda, del que presentamos aquí un extracto.
Cuando el World Tribune me pidió que reflexionara sobre mis experiencias con Daisaku Ikeda, lo que había aprendido de él como erudito, filósofo y líder del movimiento budista laico más grande del mundo, me di cuenta de que no podría escribir sobre ello sin escribir sobre mí mismo.
La verdadera medida de cualquier líder espiritual radica en el efecto que tiene en la vida de otros seres humanos. Durante los últimos veinte años, he entrevistado a cientos de miembros de la Soka Gakkai, incluyendo prácticamente a todos los máximos responsables de la organización en Japón. En cada uno de esos encuentros, la persona me habló de su vínculo individual con Daisaku Ikeda. A continuación voy a hablar sobre el mío.
Como periodista especializado en la historia de los movimientos religiosos, no habría podido escribir de manera convincente sobre Daisaku Ikeda o el movimiento que lideró si hubiera escrito desde dentro de ese movimiento. Así que tomé la decisión desde el principio de no identificarme como miembro de la Soka Gakkai. Fue así a pesar de que hice dos viajes a Japón para estudiar la Soka Gakkai y publiqué un libro sobre su historia y su lugar en la religión mundial, y a pesar de que a lo largo de los años se me concedió un acceso periodístico sin precedentes a Daisaku Ikeda, para entrevistarlo y mantener correspondencia con él.
A decir verdad, a menudo sentía celos de mis amigos de la Soka Gakkai, que podían llamar a Daisaku Ikeda «sensei» o «maestro». En varias ocasiones, quise dejar de escribir sobre la Soka Gakkai y simplemente convertirme en miembro, como todos los demás. Pero no había manera de hacerlo y a la vez decir las cosas que tenía que decir sobre el presidente Ikeda y sus extraordinarias contribuciones a la esfera de las ideas religiosas. […]
Aprendí muchas cosas de Ikeda Sensei a lo largo de los años. Muchas de ellas las descubrí en sus numerosos escritos sobre el Gosho, el Sutra del loto y la historia de la Soka Gakkai. Otras las pude entender a través de mis interacciones con él. Lo que más me impresionó fue el valor práctico de su sabiduría. Sabiduría que se sostuvo en pie bajo el escrutinio y que no se desmoronó bajo la presión. Sabiduría que resistió por la sencilla razón de que había nacido de la lucha. ¿Acaso algo podría destruir una determinación por la felicidad de toda la humanidad forjada en el fuego de la adversidad?
Aprendí muchas cosas de Ikeda Sensei a lo largo de los años. […] Lo que más me impresionó fue el valor práctico de su sabiduría. Sabiduría que se sostuvo en pie bajo el escrutinio y que no se desmoronó bajo la presión. Sabiduría que resistió por la sencilla razón de que había nacido de la lucha.
Al comienzo de mi libro Despertando al Buda, comparé la creación de una tradición espiritual duradera con la fabricación de una vasija de barro. El proceso constó de tres etapas. Primero, la arcilla fue palmeada con fuerza en el torno para darle una base sólida. A continuación, la mano del alfarero la volteó para darle una forma útil. Finalmente, la vasija se glaseó y horneó. Si todo iba bien, el resultado sería algo hermoso y, con suerte, duradero. Pero todo dependía de lo que sucediera dentro del horno. Utilicé esta analogía para describir los años de formación de la Soka Gakkai y el trabajo de toda una vida de sus tres primeros presidentes.
Tsunesaburo Makiguchi había establecido una «base» inquebrantable de fe para la Soka Gakkai al negarse a apoyar el sintoísmo patrocinado por el Estado durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que Josei Toda le había dado al movimiento la «forma» moderna que la caracterizaba. A Daisaku Ikeda le correspondió la parte decisiva del proceso, ya que la Soka Gakkai fue refinada por el «fuego» del diálogo internacional durante los años más peligrosos de la Guerra Fría.
Fue el compromiso continuo de la Soka Gakkai con la paz, incluso cuando la Guerra Fría parecía haber terminado, lo que en un primer momento me hizo decidirme a investigar más a fondo el budismo Nichiren. Pero no es eso lo que la terminó distinguiendo en mi mente del resto de manifestaciones religiosas modernas. Solo en el budismo, había docenas de escuelas que abogaban por la resistencia no violenta, y algunas que alentaban protestas, boicots y otras formas de acción social. Pero la cultura de estos grupos era en casi todos los casos cómplice de la violencia que se cuece en la sociedad moderna. No tenían forma de resistir a formas endémicas de violencia como el racismo y la desigualdad, porque no tenían forma de oponerse a ellas. Lo que en la Soka Gakkai se mantuvo firme contra la violencia no fue la simple ausencia de violencia… sino la alegría.
La felicidad indestructible de seres humanos individuales, cultivada con fe y con una práctica vigorosa y decidida: este era el antídoto contra la «ilusión fundamental» que Nichiren identificó como la causa última del sufrimiento humano en todas sus innumerables formas; pero solo sería así si se transmitía, como una vela encendida con otra, hasta hacer resplandecer el mundo entero.
En el capítulo «Los beneficios de responder con alegría» del Sutra del loto, Shakyamuni describe este proceso: «Y supongamos que […] cada persona, después de escuchar [el Sutra del loto], respondiera con alegría y propagara las enseñanzas, y que estas continuaran, del mismo modo, transmitiéndose de persona a persona hasta llegar a la quincuagésima».[1]
Durante mis años de estudio de la Soka Gakkai en Estados Unidos y Japón conocí a cientos, quizá miles, de esas «quincuagésimas personas», demasiadas para dudar de la veracidad de las enseñanzas de Daisaku Ikeda o de su lugar en la historia moderna.
En el capítulo «Los beneficios de responder con alegría» del Sutra del loto, Shakyamuni describe este proceso: «Y supongamos que […] cada persona, después de escuchar [el Sutra del loto], respondiera con alegría y propagara las enseñanzas, y que estas continuaran, del mismo modo, transmitiéndose de persona a persona hasta llegar a la quincuagésima». Durante mis años de estudio de la Soka Gakkai en Estados Unidos y Japón conocí a cientos, quizá miles, de esas «quincuagésimas personas», demasiadas para dudar de la veracidad de las enseñanzas de Daisaku Ikeda o de su lugar en la historia moderna.
Mientras escribía este texto de homenaje, un miembro con muchos años de práctica me contó una historia que habla de la influencia de Daisaku Ikeda en tantas personas con mayor elocuencia que cualquier cosa que yo pueda escribir sobre su muerte, que tanto me ha conmovido.
«El día después de recibir la noticia del fallecimiento de Sensei, participé en una reunión de diálogo en la que un anciano miembro afroamericano dijo que su reacción a la noticia fue: “No: Sensei está vivo en mi corazón”». Esta, según tengo entendido, ha sido la respuesta abrumadoramente mayoritaria de los miembros de la Soka Gakkai en todo el mundo: que, como discípulos y discípulas, están decididos a impulsar en el sueño del kosen-rufu en nombre de él. En vez de lamentar la pérdida de una figura que es tan imponente como la de Gandhi, los millones de Gandhi que Sensei ha forjado –personas comunes a quienes empoderó e hizo tomar conciencia– encarnan un sentido de misión para dar continuidad y ampliar el movimiento por la paz de la Soka Gakkai mucho más allá de lo que pueden ver, hasta la quincuagésima persona.
[1] ↑ SL, cap. 18, pág. 243.