Entrevistamos a Aníbal Salazar Anglada, doctor en Filología Hispánica y profesor en la Facultad de Ciencias de la Comunicación Blanquerna – Universitat Ramon Llull, en Barcelona, donde coordina el Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales. En el marco de las XXX Jornadas Blanquerna de Comunicación y Relaciones Internacionales, celebradas del 4 al 6 de marzo, propuso y moderó una mesa con el tema «La revolución humana: De la transformación interior a la construcción social».
Muchas gracias por aceptar esta entrevista. Cuando tuvimos noticia de la mesa que moderó en las Jornadas Blanquerna, nos pareció que el tema, de por sí interesante, además estaba estrechamente relacionado con el planteamiento de este número de la revista CG. Para empezar, ¿podría hablarnos de qué le llevó a proponerlo?
Por supuesto. Cada año, en el mes de marzo, organizamos en nuestra facultad unas Jornadas Blanquerna. Se trata de tres días en que se detienen las clases y se ofrece a los estudiantes, sobre todo a los de primer curso de los grados de Comunicación, una serie de actos –ponencias, charlas, mesas redondas, presentación de cortometrajes y documentales– a cargo de gente relevante especializada en distintos ámbitos: en el área de la comunicación (publicidad, periodismo, cine y televisión), pero también en los campos de las humanidades y la acción solidaria.
Este año, la propuesta marco de las jornadas fue esta: Vivir en tiempos de transformación constante, aunque originalmente el término usado en los documentos de trabajo era revolución y no transformación. Pueden tomarse como sinónimos, pero ambos términos tienen connotaciones distintas. Entonces, como miembro que soy del Departamento de Humanidades y Ciencias Sociales, se me ocurrió que, dado que seguramente muchos de los actos girarían alrededor de la Inteligencia Artificial (IA), estaría bien plantear una mesa de diálogo a contracorriente. En vez de hablar de esta revolución tecnológica que supone a todas luces la IA generativa, que está ya impactando en todos los órdenes, y desde luego en la vida universitaria, se hablaría de la revolución humana, más necesaria en el presente que aquella otra revolución.
Recordé un artículo del filósofo vasco Daniel Innerarity en que afirmaba, con no poca preocupación, que, si la inteligencia artificial se desarrollaba a espaldas de los valores humanísticos, estábamos abocados como especie a la perdición. Y entonces me vino a la mente el título de la magna obra de Daisaku Ikeda: La nueva revolución humana, y pensé que montar una mesa con miembros de la Soka Gakkai que hablaran a esos muchachos y muchachas universitarios de otros valores era de lo más pertinente. Sobre todo, porque en el ideario formativo de la Universitat Ramon Llull damos mucha importancia a la enseñanza con valores.
De este modo, a través de mi esposa, miembro de la SGEs, me puse en contacto con la organización y fuimos acordando, paso por paso, el diseño del acto.
Como moderador, planteó algunas cuestiones a los invitados, Enrique Caputo y Ellisabeth Ortiz. ¿Arrojó luz el desarrollo de las exposiciones sobre los temas que había creído pertinente poner sobre la mesa? ¿Destacaría algún aspecto en particular?
Fueron varias las cuestiones que planteé a los invitados a la mesa de diálogo. La combinación Caputo-Ortiz fue estupenda; el director general de la SGEs abordaba, con el profundo conocimiento que atesora del budismo Nichiren, las cuestiones de fondo: en qué consiste la revolución humana que preconiza la Soka Gakkai y cómo se concreta como propuesta transformativa para el siglo XXI. Por su parte, Elizabeth Ortiz, miembro del Departamento de Jóvenes de la organización en Barcelona, ofrecía en sus respuestas la parte más vivencial al hablar de su experiencia personal, yendo así de los grandes conceptos a los hechos vitales. Ocurrió, por ejemplo, a la hora de plantearles la pregunta acerca del subtítulo de su propuesta: ¿qué quiere decir ir «de la transformación interior a la construcción social»?
De esta manera, el complemento de la reflexión filosófica y la concreción vital resultó ser, en mi opinión, muy ilustrativo para los estudiantes presentes, hablando en términos pedagógicos. Evidentemente, teniendo en cuenta el tipo de público al que mayormente iba dirigida la mesa de diálogo –universitarios nacidos en el siglo XXI–, me interesaba el contraste entre los valores que promueve la Soka Gakkai y los estándares de vida de esta generación de jóvenes. Es sabido que, en nuestro mundo presente, donde los patrones de éxito para quienes están aún sin formar se imponen en redes sociales como Instagram o TikTok (repletas de personas que se dedican a grabarse a diario, mostrándose en todo momento guapas y estupendas, realmente pletóricas, eufóricas), toda sombra de fracaso es borrada de la story de cada día.
En cambio, por las experiencias que la gente cuenta en vuestra revista Civilización Global, noto que vosotros más bien partís de donde parece más razonable arrancar: de la dificultad; a veces, una dificultad extrema, en apariencia insalvable. Y, en este sentido, me interesó mucho que se hablara en la mesa sobre ese lema que se va repitiendo en algunas historias que leo en CG: «Convertir el veneno en medicina». Creo que esta reflexión, formulada por los invitados ante estos jóvenes que viven en un mundo en permanente crisis, pero del que se evaden a través de la autoficción, es de lo más oportuna, para que dejen de demonizar el fracaso como si este no formara parte de la vida humana.
Me interesó mucho que se hablara en la mesa sobre ese lema que se va repitiendo en algunas historias que leo en CG: «Convertir el veneno en medicina». Creo que esta reflexión, formulada por los invitados ante estos jóvenes que viven en un mundo en permanente crisis, pero del que se evaden a través de la autoficción, es de lo más oportuna, para que dejen de demonizar el fracaso como si este no formara parte de la vida humana.
Particularmente interesante me resultó hablar de la felicidad. Jorge Luis Borges, uno de mis escritores dilectos, dijo en una ocasión que tenemos la obligación ética de ser felices. Una frase que me ha hecho reflexionar profundamente en ciertos momentos de mi vida en que debía sobreponerme a circunstancias adversas. Hoy en día, cosa curiosa, hay universidades importantes, como Yale o Harvard, y centros educativos en general, que, en el marco de la llamada «psicología positiva», están incluyendo en su oferta educativa elementos que van más allá de los que remiten al conocimiento específico, como los «conocimientos transversales o soft skills», e incluso abordan el concepto de felicidad. Hay, sin embargo, algunos detractores de esta tendencia y, sin duda, muchas perspectivas sobre ella. En este sentido, y dado que la Soka Gakkai tiene su origen en el ámbito educativo y que su tercer presidente fundador, Daisaku Ikeda, también fundó una universidad, les pregunté a Enrique Caputo y Elizabeth Ortiz por qué sería necesario aprender sobre la felicidad en los centros educativos, y cuál es la filosofía Soka a este respecto. En mi preparación del acto, había leído una cita de Daisaku Ikeda que llamó poderosamente mi atención: «La meta de la educación Soka es la felicidad de uno mismo y de los demás, como también de la sociedad en su conjunto, y la paz para toda la humanidad».
Las respuestas al respecto fueron bien reconfortantes, ya que, en mi modesta opinión, las universidades pueden aportar instrumentos de reflexión crítica encaminados a pensar en qué consiste verdaderamente la felicidad, y propiciar una vida más acorde a valores sostenibles como la armonía con el entorno natural, la concordia entre pueblos diversos y, por supuesto, la paz, y no tanto ajustada a los valores en alza del mercado.
¿Cuál fue la acogida por parte de la audiencia?
Partamos de la base de que no sabemos bien cómo, de qué forma y hasta qué grado pueden calar en esos jóvenes de entre 18 y 20 años los mensajes que pudieron oír en el desarrollo del diálogo con los invitados. Ellos viven en un mundo complejo que les ofrece respuestas muchas veces simplistas y, para colmo, endulzadas con la apariencia de una libertad extrema.
En varios de sus libros, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han nos advierte de que hoy en día ponemos muy fáciles las cosas al neocapitalismo, porque nos esclaviza 24/7 al tiempo que nos hace sentir completamente libres. Es solo una apariencia de libertad, sobra decirlo. El panem et circenses de la antigua Roma imperial se concentra hoy en el smartphone. En este dispositivo empieza y acaba todo para estos jóvenes, pareciera. Hablarles de otra clase de vida posible, de una forma de felicidad que poco o nada tiene que ver con los valores que la mercadotecnia les ofrece a estos jóvenes estudiantes de Comunicación es, pues, una tentativa contracultural.
Dicho esto, lo cierto es que, al acabar el acto, algunos estudiantes se acercaron a la mesa a hablar con los invitados, interesados en la filosofía Soka. Días antes de la charla, un alumno había elegido entrevistar al señor Caputo para una revista que hacen los estudiantes de primer curso en nuestra facultad. Además, una estudiante comentó: «Quedé impresionada por la profunda reflexión sobre la interconexión entre la transformación personal y el cambio social. Las ideas presentadas me hicieron abrir nuevas perspectivas y puntos de vista sobre la importancia de la revolución interna en la construcción de un mundo más justo y equitativo».
Una vez, mi esposa, que también se dedica a la enseñanza, me contó algo que otra docente le había dicho, que me resulta esperanzador: nosotros, como educadores, realizamos una labor harto generosa, por cuanto que plantamos en nuestros alumnos y alumnas una semillita, pero no sabemos cómo florecerá. Probablemente nunca lo veremos. Mi confianza es que saldrán flores hermosas con una misión que cumplir en pos de un futuro mejor.