Construyendo una cultura global de derechos humanos


Sección inspirada por la propuesta de paz de 2021 de Daisaku Ikeda


La creación de valor en tiempos de crisis es el título de la propuesta de paz de 2021, presentada por Daisaku Ikeda a las Naciones Unidas el pasado 26 de enero. Esta da continuidad a una tradición iniciada en 1983: cada año en esa fecha, Día de la SGI, Ikeda Sensei plantea a la ONU en una nueva propuesta maneras de abordar los más urgentes desafíos globales, con los valores universales que sostiene el budismo como base y con la meta de avanzar en la construcción de una sociedad justa, sostenible y donde predomine el respeto a la dignidad de la vida.[1]

Como jóvenes de la SGEs, queremos compartir algunos aspectos de la propuesta de paz de 2021, en los que podemos profundizar como parte de una juventud comprometida con el desarrollo de la sociedad. En palabras extraídas de ella:

Los miembros de la SGI, herederos del legado espiritual de Nichiren, hemos mantenido en 192 países y territorios nuestra práctica de fe y de compromiso social, basados en la determinación de no dejar atrás a quienes luchan en medio de una profunda desdicha. (Págs. 18-19)[2]

Inspirados por esto, queremos destacar dos de los temas que trata esta propuesta de paz: «Construir una cultura de los derechos humanos» y «El TPAN, un punto de inflexión en la historia humana».

Un joven Daisaku Ikeda visita la sede de la ONU en su primer viaje a Estados Unidos, en 1960, convencido del valor supremo del diálogo entre las personas y los pueblos, y de que las Naciones Unidas, como «parlamento de la humanidad», pueden jugar un rol clave para el diálogo y la paz del mundo | Foto: Seikyo

En el apartado «Construir una cultura de los derechos humanos», el maestro Ikeda alumbra la necesidad de afrontar la crisis generada por la pandemia de COVID-19 con la postura de respetar la dignidad de la vida de cada individuo.

Es una realidad que, tal y como afirma el autor, «en vista del agravamiento de la pandemia, también aumenta y preocupa el riesgo de que la población, influida por discursos de odio, busque blancos en los cuales descargar su frustración y su pesar» (pág. 31). En circunstancias confusas y caóticas no es difícil que el temor por la propia supervivencia nos lleve a desconfiar de aquellas personas que no consideramos que pertenecen a nuestro grupo.

Es por ello más necesario que nunca profundizar en la conciencia de los derechos humanos y basarnos en ellos a la hora de actuar. Daisaku Ikeda explica en este apartado la relación que guarda el mensaje del Sutra del loto con respecto a la cultura de los derechos humanos, y afirma:

[…] la perspectiva budista sobre los derechos humanos nos insta a no extinguir ni reprimir el sentimiento de apreciar la propia vida sobre todo. Por el contrario, extender y abrir ese amor a sí mismo para trasladarlo a los semejantes nos permite reordenar los hilos que tejen nuestra vida y restaurar las formas en las que nos conectamos con los demás y con la sociedad en general. (Págs. 33-34)

El desafío de promover los diálogos de esperanza que hemos asumido en la SGEs puede entenderse también como una manera de «restaurar las formas en las que nos conectamos con los demás y con la sociedad en general». Buscar el encuentro dialógico desde la perspectiva de crear esperanza, sin duda nos lleva a comprender y aceptar cabalmente la idea de que «todo sin excepción posee de manera inherente el estado más sublime del ser, y todas ellas [las personas] asumen su propia dignidad preciada e irreemplazable» (pág. 34). Es decir, que mediante el atribuir valor supremo a la vida de todos, también incluimos el valor supremo de nuestra propia vida.

La SGI, basada en este principio de otorgar el máximo valor a la vida, ha mostrado su compromiso con numerosas campañas, exposiciones y actividades basadas en la creación de una educación en derechos humanos. Tal como expresa la propuesta de paz:

La educación en derechos humanos puede ayudar a gestar una fuerte sinergia solidaria entre personas que, conscientes de la importancia de la dignidad humana, viven comprometidas con la transformación social y están dispuestas a reexaminar nuestras formas de vivir. (Pág. 36)

La creación de una cultura de derechos humanos y de respeto por la dignidad de la vida está profundamente vinculada al desarme y, en particular, al desarme nuclear. Como nos trasmite Daisaku Ikeda en el apartado «El TPAN, un punto de inflexión en la historia humana», hay avances: a inicios de este año ha entrado en vigor el Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares (TPAN). Se trata del primer pacto internacional que prohíbe estos artefactos en todas sus etapas y proclama su eliminación como fin último. La propuesta de paz resume su recorrido hasta la fecha: «Fue aprobado el 7 de julio de 2017, con la rúbrica de 122 países, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. El 24 de octubre de 2020, se alcanzaron las cincuenta ratificaciones necesarias para su entrada en vigor y, desde entonces, su base de apoyo incluso se ha ampliado. A fines de enero de 2021, ya contaba con la firma de 86 naciones, y 52 de ellas, además, lo habían ratificado» (pág. 45).

Es un gran paso en el avance desde 1957, cuando el segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda, declaró su profundo deseo y compromiso con la abolición de las armas nucleares: «Quiero exponer y arrancar de cuajo las garras que se ocultan en lo profundo de las armas nucleares» (pág. 47). Como uno de los jóvenes asistentes al evento en que se pronunciaron estas contundentes palabras, Daisaku Ikeda heredó su espíritu. A través de las propuestas de paz y de otras iniciativas, ha alentado el movimiento por el desarme que ahora ha visto este fruto.

Josei Toda, en el Estadio de Mitsuzawa (en Yokohama, Japón) el 8 de septiembre de 1957, cuando –durante la Guerra Fría y en plena carrera armamentista– pronunció su declaración de repudio a las armas nucleares, definiéndolas como un mal absoluto que amenazaba el derecho a la vida de toda la humanidad | Foto: Seikyo

Es fundamental tener en cuenta que las armas nucleares provocan un efecto negativo no solo para el establecimiento de la paz, sino que sus implicaciones e impacto destructivo afectan directamente a muchas áreas esenciales para el cumplimiento de los derechos humanos, como «las cuestiones humanitarias, el medio ambiente y el desarrollo, la economía global y la seguridad alimentaria, la salud y la igualdad de género» (pág. 49), entre otras.

En un momento como el actual, con múltiples crisis ocurriendo en paralelo, como la crisis sanitaria, la económica y la ambiental, «los Estados necesitan reconsiderar con seriedad el mérito de seguir destinando enormes sumas de dinero al sector militar en busca de una seguridad que dependa de la posesión de armas nucleares» (pág. 49).

Todo el movimiento de desarme nuclear guarda pues una estrecha relación con el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS),[3] y se debería convertir en una especie de almazuela[4] en la que se logre unir y tejer una red entre todas las partes para lograr una mejora y transformación visible.

Hoy, cuando la humanidad tiene por delante no solo la pandemia del coronavirus sino el problema del cambio climático, cada país necesita reevaluar de manera perentoria las consecuencias de las armas nucleares para todos los pueblos del orbe. (Pág. 50)

Con este objetivo, el compromiso de la SGI y, en particular, de la juventud Soka, es crear un «anclaje a una dinámica cultura de derechos humanos, con la determinación mancomunada de que nadie sea privado de su dignidad» (pág. 36).


[1]En este número de Civilización Global, se puede leer sobre la propuesta de paz también en la sección «Especial».

[2]Este y los siguientes números de página se refieren a IKEDA, Daisaku: La creación de valor en tiempos de crisis, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2021.

[3]Se puede leer más al respecto en el sitio web de las Naciones Unidas.

[4]Almazuela: en el marco de una artesanía textil en España, almazuela o retazal es la pieza tejida uniendo fragmentos de diferentes telas.

Scroll al inicio