Cultivando un estado vital amplio junto a los compañeros


Damián Rodríguez · Premià de Mar, Barcelona


(Volver a la experiencia de Darpan Lalwani).

Recibí el Gohonzon en el año 2006, en Barcelona.
Hace dos años vine a vivir, con mi mujer y nuestro hijo, a Premià de Mar, a casi 30 km de la ciudad, en la hermosa costa del Maresme.

Cuando llegué a la primera reunión de diálogo de mi nuevo grupo de la SGEs, en septiembre del 2019, solo participaba otro hombre, que al poco tiempo dejó de hacerlo. Deseoso de compartir las actividades con otros miembros de mi departamento, me senté frente al Gohonzon y, teniendo bien presente las palabras de Nichiren Daishonin a los hermanos Ikegami «Aprieten los dientes y jamás retrocedan en la fe»,[5] decidí hacer mi mejor esfuerzo para que el Departamento de Hombres en mi área creciera, hasta transformarnos en un faro que iluminara el Mediterráneo.

Sin saber bien cómo hacerlo, comencé por el principio; determiné objetivos claros y me senté a recitar más daimoku. En los primeros seis meses no dejé de asistir a ninguna de las actividades –reuniones de diálogo, encuentros de la nueva revolución humana, reuniones semanales de aliento, estudios– pero seguían sin aparecer compañeros hombres.

Hasta que, gracias al esfuerzo de compañeras mujeres del grupo, participó un primer hombre. Y, si aparecía uno, ¿cómo no iban a surgir más? Seguí confiando, entonando más daimoku todavía, y entonces empezó a participar otro compañero y, en ese mismo tiempo, dos más se mudaron a nuestra zona.

El entusiasmo y el deseo de desafiarme en el shakubuku me animaron a conversar sobre la práctica con un alumno de mi escuela de yoga; lo invité a las actividades y me dijo que le gustaría asistir. Sin embargo, por incompatibilidad con los horarios laborales no todos podían sumarse a los encuentros. Esto me motivó a redoblar mi oración, con un reto de tres horas de daimoku diarias, que todavía mantengo. Paralelamente, dialogaba con cada uno de ellos por separado.

Deseoso de compartir las actividades con otros miembros de mi departamento, me senté frente al Gohonzon.

Al cabo de unas semanas, por fin logramos reunirnos los cinco hombres, y fue una enorme alegría. Justo en ese período, a través del movimiento de lectura de NRH, llegaron a nosotros unas palabras que dieron alas a nuestro deseo de seguir expandiendo el círculo de apoyo mutuo:

Puede que este sea un encuentro de camaradas de fe budista muy pequeño hoy, pero tengan la certeza de que dentro de treinta, cincuenta o cien años, este día brillará en la historia como un hito del cual se generaron grandes olas del kosen-rufu de la paz y la felicidad.[6]

En la siguiente reunión, fuimos siete. Estudiando y compartiendo metas y sufrimientos, delineamos nuestros objetivos para triunfar antes del 18 de noviembre.

Al mes siguiente, confeccioné para cada compañero una carpeta con un texto que nos recuerda los fundamentos de nuestro departamento y los objetivos que nos hemos puesto para nuestro grupo, reservando también un espacio para las metas personales. Se la entregué a cada uno y, en el último encuentro, ¡ya fuimos nueve!

En lo personal, estoy batallando para transformar mi karma, con un desafío particular en lo económico. Como adelanté antes, tengo una escuela de yoga, en Barcelona, y en este tiempo he estado al borde de tener que cerrar muchas veces. Pero mes a mes sigo luchando para remontar la situación y, aunque sigue delicada, mantengo firme mi determinación, albergando una enorme responsabilidad con mi familia. Junto a mi mujer, nos seguimos desafiando en la aportación al kosen-rufu, con agradecimiento sincero y de manera sostenida.

Avanzo convencido de que todas estas son causas para impulsar mi revolución humana; estoy decidido a transformar el sufrimiento y vencer, para compartir mi victoria con mis queridos compañeros de fe. Agradezco a mi maestro Daisaku Ikeda, quien diariamente me enseña la postura para triunfar sin dudar.

Cuando consagramos la vida al mismo juramento que nuestro mentor, en nosotros asoma el corazón de un león rey. Si nos mantenemos enfocados solamente en nuestros deseos limitados y personales, no podemos contar con ese poder. Nos quedamos confinados en nuestro yo pequeño e individualista. Por tal razón, determinemos construir un estado de vida amplio y elevado y poner en el centro de nuestra existencia el gran juramento del kosen-rufu.[7]


[5]Carta a los hermanos, en END, pág. 521.

[6]IKEDA, Daisaku: La nueva revolución humana, vol. 30, parte 1, Rivas-Vaciamadrid: Ediciones Civilización Global, 2021, pág. 227.

[7]Véase, en Civilización Global, n.º 179, marzo 2020, la sección «Estudio mensual».

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