Pulir mi vida para ofrecer calidad de vida


Me llamo Arnold López y desde hace once años cuido a una persona en situación de dependencia.

Arnold, de amarillo, acompañando a J

Arnold, con más de una década de experiencia en el cuidado de una persona en situación de dependencia, conoces bien una labor de cuya importancia parece estar tomando mayor conciencia nuestra sociedad. ¿Cuáles son para ti sus desafíos y sus recompensas?

Al principio trabajar con J, realizando tareas de asistente en asuntos de toda índole –personales, burocráticos o administrativos– no fue nada fácil. Él tenía un carácter fuerte y yo también lo tengo.

Trabajar para una persona con una discapacidad visual, que no es de nacimiento, sino provocada por un accidente de tráfico siendo ya un adulto de más de 50 años, impone muchos desafíos. Por ejemplo, la forma de comunicarnos, tanto él como yo. Yo no tenía experiencia alguna con personas invidentes, y él no estaba acostumbrado a depender de nadie. Esto me costaba entenderlo y muchas veces me frustraba, hasta el punto de terminar adoptando una postura de queja relativa a mi situación laboral. De hecho, a lo largo de estos años he querido tirar varias veces la toalla. Yo pensaba que trabajar con una persona en situación de dependencia me iba a resultar fácil porque creía que tenía paciencia, y un amor compasivo desarrollado, pero nada más alejado de la realidad inicial.

Creía que tenía paciencia, y un amor compasivo desarrollado, pero nada más alejado de la realidad inicial.

No obstante, me he desafiado poco a poco a cambiar mi actitud y ganarme la confianza de J para que no sienta inseguridad. He ido cambiando para aprender: ahora observo más, escucho más, y muchas veces con solo verle sé qué necesita o cómo se siente.

Echando una mirada atrás y observando el presente, creo que la recompensa que me ha dado este trabajo es haber pulido muchos aspectos de mi vida, como por ejemplo mi arrogancia y mi sentido de la responsabilidad. Una de las orientaciones que me ha ayudado mucho a profundizar en este aspecto ha sido una carta en la que Nichiren Daishonin escribió a un discípulo (se cree que se trataba de Shijo Kingo): «Considere el servicio que presta a su señor feudal como la práctica del Sutra del loto».[1]

En otra guía, que leí justamente en Civilización Global hace poco, Daisaku Ikeda cita a Josei Toda en relación con la actitud que debemos tener en el trabajo: «Quienes no identifican los puntos débiles en su desempeño laboral ni elaboran un plan para mejorar, deberían reflexionar seriamente sobre su postura».[2] Por esto, he determinado ser el mejor en mi trabajo, ofreciendo una mejor calidad de vida a J, y así convertirme en una persona que ponga de manifiesto la grandeza de la enseñanza budista a través de mi propia revolución humana.

He ido cambiando para aprender: ahora observo más, escucho más, y muchas veces con solo verle sé qué necesita o cómo se siente. […] creo que la recompensa que me ha dado este trabajo es haber pulido muchos aspectos de mi vida.

El cuidado de otros seres, especialmente de los que más lo necesitan, resuena de hecho con el ideal budista del bodisatva. Tu familia en Perú practicaba el budismo Nichiren desde antes de que tú nacieras. ¿Cómo ha influido esto en ti?

He vivido situaciones en mi vida que me habrían podido llevar por un camino erróneo, pero gracias a la gran buena fortuna de crecer rodeado de compañeros maravillosos de Gakkai, que nunca me han juzgado ni dejado atrás, las he podido sortear todas. Y esto se lo debo a mi padre, que es quien empezó con esta práctica.  

Decidiste quedarte en Europa durante un viaje en el que trabajabas a bordo de un crucero por el Mediterráneo. En aquel momento no conocías a nadie en España. ¿De qué forma influyó tu práctica en esa nueva vida que empezabas «desde cero»?

En cierta manera, quería «cortar el cordón umbilical»; quería volar con mis propias alas, lejos de mi burbuja. Pero no quería quedarme solo por un mero capricho; tenía que tener clara mi misión.

Oré con la determinación de desplegar la sabiduría para tomar la decisión correcta de volver o quedarme. Y lo pude hacer: al poco tiempo, me propusieron integrarme en el grupo Soka (Sokahan) en Madrid, y después pasar a formar parte del equipo de responsables del Departamento Futuro, y asumí que esa era la respuesta a mi oración. Así que decidí quedarme a luchar por el kosen-rufu de España.

Recordé también una orientación de Ikeda Sensei, que nos decía a los jóvenes que fuéramos personas cosmopolitas, y que hiciéramos de nuestro escenario el mundo entero.

Arnold, estudiando junto a su altar budista

En marzo, el mes en que te hacemos esta entrevista, la Soka Gakkai celebra la determinación de los más jóvenes de recibir y dar continuidad al legado de la creación de valor. Has mencionado cargos que has desempeñado anteriormente en la SGEs, y hace poco has asumido la responsabilidad del Departamento de Hombres Jóvenes en la región Centro de la organización. ¿Cómo ha moldeado esto tu compromiso?

No sé exactamente cómo explicarlo, pero lo que sí sé es que gracias a las oportunidades que me ha dado Gakkai de asumir nuevas responsabilidades he ido afianzando mi fe cada vez más. Esté mal o esté bien, acudo siempre al Gohonzon. Ahora pienso menos en mi «pequeño yo».

Cada acción que pongo en cada actividad que realizo pienso: ¿qué puedo hacer para que mis compañeros brillen con luz propia? Mi deuda de gratitud con Gakkai y con Ikeda Sensei son tan enormes que deseo de todo corazón luchar por esta causa hasta el final de mi existencia.


[1]Respuesta a un creyente, en END, pág. 948.

[2]Véase, en Civilización Global, n.º 191, marzo 2021, la sección «Estudio mensual».

Scroll al inicio