Un desafío de cien días, de un año…


Por Julio Vélez · Madrid

Julio Vélez | Foto: Soledad García

SOY ACTOR. Nuestra profesión se caracteriza, además de por la incertidumbre económica que acostumbra a llevar asociada, por ser muy vocacional, y a veces resulta difícil para nosotros encontrar un proyecto que dé sentido a nuestro trabajo.

El 24 de enero de 2019 pedí orientación en la fe a un responsable de la SGEs que tenía desde hacía poco tiempo. Lo hice con cierto pudor, porque entre nosotros no había todavía la confianza que había tenido con anteriores responsables. Aun así, le transmití el volcán emocional que me habitaba: había terminado 2018 –en la SGI, «Año de logros brillantes»– y mis logros brillantes no se habían manifestado.

Me sentía exhausto. Me había esforzado mucho durante el año anterior [y mis logros brillantes no se habían manifestado]. […] quería nombrar las emociones que me oprimían: enfado, impotencia y preocupación.

Le conté que me sentía exhausto. Me había esforzado mucho durante el año anterior, esfuerzo que culminó con la gran Asamblea de Logros Brillantes de nuestra zona. Aunque no albergaba dudas, sí quería nombrar las emociones que me oprimían: enfado, impotencia y preocupación… por mi economía, que estaba en una situación crítica, y también porque en mi distrito general, en el que soy vicerresponsable del Departamento de Hombres, éramos varios los que habíamos comenzado el año con cierta confusión y decaídos.

Después de escucharme, mi responsable me dijo que en el mensaje que Daisaku Ikeda había dirigido a la primera reunión de la sede central para responsables de la Soka Gakkai del nuevo año, doce días antes, había escrito lo que sigue:

En sus escritos, Nichiren Daishonin nos ofrece una serie de hitos para dar pruebas reales: «Antes de que transcurran cien días […] o al año, a los tres años o a los siete años».[1]

Ahora que nos encontramos frente a un punto crucial de la historia humana, tengamos la convicción de que nada supera la estrategia del Sutra del loto […]. Y «en cien días o en uno, tres o cinco años», audazmente y a los ojos de todos, demostremos la victoria del budismo con pruebas más brillantes todavía.[2]

De este modo, asumimos juntos un «desafío de cien días»: desde ese encuentro hasta el 3 de mayo distaban cien días, y me propuso empezar a leer y profundizar en los distintos volúmenes de La nueva revolución humana escrita por nuestro maestro de vida y participar de los encuentros mensuales que se iban a celebrar en el distrito en torno a la lectura de la novela, con el objetivo de que al llegar al 3 de mayo se hubiera revertido la situación. Se planteó como una promesa: si leía y participaba de este ritmo, para el 3 de mayo habría un gran cambio.

Una promesa: si leía y participaba de este ritmo [de encuentros de la nueva revolución humana] […] habría un gran cambio.

Acepté, y comencé a leer y a convocar a los hombres a los encuentros de la nueva revolución humana de nuestro departamento en el distrito general.

Julio (izquierda), en un encuentro preparatorio con compañeros del Departamento de Hombres de la SGEs | Foto: Civilización Global

La misma semana en que di este paso ocurrió algo curioso: me encargaron –a mí, que acababa de determinarme a leer– la lectura grabada de una serie de obras literarias para su publicación como audiolibros. Y, casi a la vez, también la lectura grabada del mensaje que daría voz a una nueva campaña de prevención del suicidio. El primer día que el anuncio se emitió, el número de teléfono que la asociación gestiona recibió cerca de mil llamadas…

Un mes después, el 22 de febrero, me convocaron a una prueba para una obra de teatro. La obra era una absoluta maravilla; la compañía, una de las mejores; y las condiciones económicas, estupendas. Estuve tres días preparando a fondo la prueba, que en realidad constaba de dos partes.

Llegó el momento e hice finalmente la prueba. Cuando terminé, estaban todos llorando: productores, director y ayudante de dirección. Fue inolvidable. Sin embargo, el director fue muy claro: yo resultaba algo joven para lo que el papel requería, así que seguirían haciendo pruebas. A los pocos días añadió que, de todas formas, me haría una última prueba con la actriz.

El 5 de abril, después de dos días preparando otra doble prueba, llegó el momento. Solo la haríamos dos actores; yo iba muy preparado y fui el último en realizarla.

La prueba fue inusual: no me pidieron actuar, de hecho fue más bien un encuentro con la actriz, una improvisación para ver si había química entre nosotros, algo muy importante en una pieza como la que enfrentábamos.

Cinco días después, mi padre murió. Viajé de inmediato a Cuenca. Recuerdo que pasé la noche en el tanatorio, y cuando se fueron todos nos quedamos mi madre, mi hermana pequeña y yo junto al cuerpo de mi padre.

A la mañana siguiente me llamó otro respetado compañero, responsable titular de nuestro departamento en el distrito general, y hablando con él y compartiendo mi intensa experiencia me di cuenta de que mi verdadero e inmenso logro brillante había sido la transformación del karma familiar en torno a la demencia de mi padre durante los últimos tres años. La armonía familiar en ese momento era total.

Asimismo los días siguientes fueron perfectos –el entierro de mi padre, la estancia en la aldea–. Mi madre enfrentó los primeros días sin mi padre junto a gran parte de la familia, y hasta mi hija durmió varias noches con ella.

Al regresar a la «realidad» días después, como beneficio totalmente inesperado, me encontré con que me habían dado un pequeño papel en una película de gran producción. Pero fue una semana después, el 23 de abril, 88 días después de tomar aquella determinación en enero, cuando finalmente me confirmaron que formaría parte del elenco final de la obra de teatro, que había funciones firmadas hasta el mes de mayo del año siguiente, y que seguramente se prolongarían más allá, fácilmente hasta el final de 2020. El 26 de abril, día 91, nos reunimos toda la compañía –lo digo en plural porque ya formaba parte de ella– y se formalizó el acuerdo.

El 14 de octubre iniciamos los ensayos. Participar en ellos me ha hecho sentir durante semanas protagonista, absolutamente afortunado, de un paseo por el cosmos y la profundidad de la condición humana.

Julio Vélez y Verónica Forqué, en una escena de la obra recién estrenada | Foto: Javier Naval · «Las cosas que sé que son verdad», de Andrew Bowell

Tras estrenar anteayer en uno de los más importantes centros de artes escénicas, hoy, a 2 de diciembre, ya hemos hecho dos funciones, con lleno absoluto y con atronadores y entusiastas bravos. Las críticas han sido muy favorables y, en efecto, ya se han firmado funciones por casi toda España hasta 2021. Tengo el trabajo que soñaba y tengo algo más importante, de lo que carecía antes de que al arranque del año pasado pidiera orientación en la fe: tengo esperanza para seguir.

Hoy […] tengo el trabajo que soñaba y tengo algo más importante, de lo que carecía antes de que al arranque del año pasado pidiera orientación en la fe: tengo esperanza para seguir.

Pero como dice el Gosho, aún más valiosos que los tesoros del cofre y del cuerpo son los tesoros del corazón.[3] Mi madre vive conmigo desde hace dos meses; nos hemos mudado a una casa adecuada para ella y he cambiado de coche. La oportunidad de devolver la deuda de gratitud con ella es el más grande tesoro del corazón que yo pudiera imaginar. |

Julio, fundido en un abrazo con Victorina, su madre | Foto: Cortesía de Julio Vélez

[1] END, pág. 803.
[2] Véase «Demos prueba de la victoria del budismo», Civilización Global, n.º 167, marzo 2019, págs. 5 y 6.
[3] Véase END, pág. 892.

Scroll al inicio